Ayer, El Sol de México publicó, como
se ha vuelto sana costumbre, la columna Bitácora
del Director de Pascal Beltrán del Río que en está ocasión tituló “Acátese
la norma, más no se cumpla” y que por su muy sabroso contenido no tengo empacho
alguno en mostrársela completa y tal cual.
Espero de igual manera que Pascal no
tenga bronca en que los lectores de EL AJUSTE DE CUENTOS, que no leen su
periódico, se enteren por este medio. Dicho lo anterior vámonos recio porque
esto fue lo que dijo Beltrán del Río…
El viernes pasado se dio
el cerrojazo al periodo ordinario de sesiones del Congreso de la Unión, y por
todos lados leemos y escuchamos opiniones sobre el fracaso de los grupos
parlamentarios por sacar adelante legislaciones como las leyes reglamentarias
del Sistema Nacional Anticorrupción, el mando único policial y la nueva
regulación de la mariguana.
Coincido
con que el atorón es deplorable, especialmente porque lo que más lo anima es la
mezquindad de los partidos, siempre dispuestos a hacer ver mal al otro, sobre
todo en época de elecciones, para ver si esa mala imagen del rival los ayuda a
cosechar votos.
Sin
embargo, no coincido tanto con lo que sigue: esa fe inquebrantable de que,
ahora sí, con estas leyes vamos a estar mejor que antes.
Que me
perdonen, pero esa película ya la he visto muchas veces. Ha sido pan de cada
día desde que tomé conciencia de lo importante que es estar enterado de los
asuntos de interés público y de lo que hacen los políticos.
Algún
historiador seguramente dirá que incluso desde endenantes. No estoy seguro de
cómo operaba el sistema legal en el México prehispánico, pero sí está claro que
los conquistadores trajeron a estas tierras la muy ibérica costumbre de creer
que las leyes pueden cambiar por sí mismas la realidad sin importar cómo se
apliquen.
De hecho,
junto con esa legalitis heredamos la creencia de que la ley es gelatinosa y
puede aplicarse en un sentido o en otro, dependiendo de los casos y las
circunstancias. Por eso la máxima de “acátese la norma, mas no se cumpla”.
Un ejemplo reciente de qué tan viva está esa tradición de moldear
la letra de la ley al antojo es la reciente resolución del Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación –ya comentada en esta Bitácora–
que devolvió el registro a dos aspirantes a gobernador postulados por Morena,
quienes, por su incumplimiento en la entrega de su respectivo informe de gastos
de precampaña se habían colocado en una situación que la ley sanciona sin
equívocos ni rodeos: perder el registro.
Como ya
se sabe, la mayoría de los magistrados del Tribunal decidió que la sanción era
muy dura y que había que atenuarla, y falló como digo arriba. De nuevo, “acátese,
mas no se cumpla”.
Hubo
quienes celebraron el fallo, pero sospecho que la militancia de los
involucrados fue lo que motivó esa opinión. ¿Habrían pensado lo mismo de ser,
esos aspirantes, miembros del Partido Verde, por ejemplo?
El
anterior es apenas un ejemplo de lo maleable que es la ley en México y de cómo
la infinita fe que tienen algunos en las reformas legales cae continuamente por
tierra.
Sé
perfectamente que la historia del hombre es un continuo proceso de renovación y
rectificación.
No es que
yo tenga nada contra la noción de reformar la ley. Lo que digo es que una nueva
legislación con una vieja proclividad a manosear o no cumplir las normas está
destinada a... ser reformada en poco tiempo.
Lo
curioso es que ante cualquier proceso de reforma, vuelven a crearse
expectativas. En el fondo de la conciencia, incluso, de los más pesimistas y
los más cínicos, aparece una vocecita que dice “ahora, sí”.
Pero esa
fe no tiene sustento. Tarde o temprano la nueva norma se vuelve vieja y los
partidos, advirtiendo el fracaso, nos querrán convencer de que el problema se
resuelve reformando la ley.
Por eso
dudo que las legislaciones que han quedado para mejores tiempos parlamentarios
habrían significado mayor cambio si se hubiesen aprobado.
La razón
es esa triste costumbre de no cumplir con la ley. Mientras no cambiemos eso, no
cambiará nada.
No es que
nos falte marco legal para perseguir la corrupción. Tenemos todo lo que se
requiere, menos voluntad.
La
voluntad de los políticos para castigar la corrupción aparecerá cuando los
ciudadanos se involucren de lleno en el proceso de toma de decisiones y exijan
cuentas todos los días, no sólo en momentos de crisis o en la jornada electoral
cada tres años.
Interesante ¿no le parece?
Hoy estamos en la capital Chetumal,
este remanso de paz donde la grilla tiene otra dimensión y, al parecer, el que
no vive pegado a la ubre vive en el error. Desde luego que no podemos dejar de
ir al abrevadero cafeteril del centro en donde se reúne lo más granado de la
cuatitud chetumaleña. Mañana le cuento cómo nos fue.
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